En una ciudad histórica, tanta o más importancia que sus hitos monumentales tiene el caserío que lo conforma. En Sevilla, las casas del siglo XVIII constituyen el grupo más relevante de este. La epidemia de peste de 1649 sepultó a mitad de los 125.000 habitantes de la que era la tercera ciudad más poblada de Europa tras París y Nápoles. Un siglo después, El terremoto de 1755, el llamado de Lisboa, acarreó la ruina a numerosos edificios. Ante esta situación, se ordenó la edificación de los solares existentes, impidiéndose la construcción extramuros mientras existiesen solares ruinosos dentro de la ciudad.
También tuvo gran importancia la mejora de la situación económica de España durante el reinado de los primeros borbones y la labor del asistente Olavide, genuino representante del espíritu ilustrado, quien ordenó el primer plano de la ciudad, la división administrativa de Sevilla y la urbanización de la Mancebía del Arenal, que realizó el arquitecto Molviedro entre 1772 y 1778.
Las casas del siglo XVIII mantienen las características esenciales de la casa sevillana del XVI Y XVII con su apeadero, patio principal rodeado de columnas de mármol que sustentan arcos de medio punto y jardín. La fachada se abre al exterior a través de balcones, siendo el principal de diseño más elaborado y cubierto con un guardapolvo de pizarra. El ático, de menor altura, era la vivienda de la servidumbre, y en el se abren pequeñas ventanas. Numerosas de ellos se culminan con un mirador.
Entre los innumerables edificios del XVIII podemos destacar el de Zaragoza 21, San Leandro 8, San Marcos 13, la casa de las Columnas, la casa de las Águilas, Zaragoza 21, la Cilla del Cabildo, Argote de Molina 30, el Instituto Británico…
A nuestra generación pertenece que permanezcan indemnes durante este siglo XXI.
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