Es curioso que, en Sevilla, sus restos más antiguos pasen casi desapercibidos, como si careciesen de importancia. Las columnas romanas de Mármoles, las Murallas y los Caños de Carmona son ninguneados y olvidados por los sevillanos. En los Caños de Carmona, quizá sea porque sus arcadas parezcan como elementos extraños al entorno moderno de la calle Luis Montoto, como si fuesen fruto de un despistado olvido.
De sus 17 km. sólo nos dejó la eficiente piqueta tres pequeños tramos que desde 1912 se han ido viendo rodeados por edificios que lo acosan. Entonces perdimos esta traída de agua que tenía su origen remoto en los tiempos en que Julio César fue cuestor de la ciudad y que en 1172 fue reconstruida por los almohades. Desde la Edad Media y siglos después, tener acceso al agua de los Caños fue uno de los mayores privilegios; las casas que tenían conexión a éstos eran las más preciadas de la ciudad. Hoy, todos tenemos el agua a voluntad en nuestros hogares y, sin embargo, me hubiera hecho ilusión el haberme podido pasear a su sombra desde la puerta de Carmona hasta el manantial de Santa Lucía en Alcalá de donde arrancaba su onerosa agua. Al menos, el grabado de Guichot de 1860 me ayuda a imaginarme este ameno y bucólico sendero.