El siglo XVI trajo la apertura de los edificios a la calle. Hasta entonces dominó la falta de luces y ventanas hacia el exterior, como en la Casa del rey Moro, casa del siglo XV. Las fachadas siguen el modelo, que acabó imponiéndose en el seiscientos, por el que se abrieron a la calle ventanales y balcones, alcanzando paulatinamente el balcón principal cada vez mayor importancia y complejidad, proceso que culminó con los del Palacio Arzobispal o San Telmo. Esta evolución se inició en el XVI, como nos relata Pedro Mexía: “todos labran ya a la calle, y de diez años a esta parte se han hecho más ventanas y rejas a ella que en los treinta de antes”. El esquema de la casa-palacio sevillana, heredada de la tradición grecorromana y mantenida en la época islámica, se articula en torno al patio. A su alrededor se repartían las habitaciones de la casa y, tras ella, el jardín o huerto.
Los principales casas estaban repartidas por la ciudad, ya que la aristocracia se dispersó por ella, siendo a su vez, patronos de los templos de sus collaciones: Los Ribera se establecieron en la parroquia de San Esteban (Casa de Pilatos); el duque de Arcos en Santa Catalina (antiguo colegio de los Escolapios), el duque de Medina Sidonia en San Miguel (Plaza del Duque), los Pineda (Casa de las Dueñas) en San Juan de la Palma; los marqueses de La Algaba en Omnium Sanctorum, etc.
La casa de los marqueses de la Algaba, en la que destaca su balcón gótico mudéjar, fue levantada hacia 1474 y perteneció a éstos hasta 1882. Ejemplifica bien la tumultuosa vida del caserío sevillano; desde entonces, se utilizó como teatro, casa de vecinos, almacén e, incluso, sus jardines, como cine de verano. Finalmente, fue restaurado por el Ayuntamiento para usos municipales. Muchas no tuvieron la misma suerte y sucumbieron a la piqueta de un supuesto progreso.
P.D.: Los textos que ve en este artículo y en otros de la bitácora son de mi autoría, sin embargo, en noviembre de 2012 hemos publicado Casas Sevillanas desde la Edad Media hasta el Barroco con textos de uno de los máximos expertos en arquitectura sevillana, el catedrático Teodoro Falcón.
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